martes, 1 de noviembre de 2011

¿Cuánto te debo? (Calla y observa)

Me vestí de las mejores formas que tuve, te invité en una noche fría de cuento de hadas, con estrellas brillando en la oscuridad del cielo, del que, pase lo que pase, quieras o no quieras, será nuestro cielo...
Entramos los dos juntitos, agarrados de la mano, del dedo meñique, ella y yo. Yo, que nunca había estado sentado en mesa de dos; yo, que nunca había reservado...

Había luces parpadeando, el restaurante se llamaba Destino. Estaba perdido por la carretera de la Suerte, número 5 (con éste 6), a dos pasos de la avenida de la Ilusión y a pocos metros del bulevar Mágico... Cerca estaba la bocacalle Coincidencias y una plazoleta gigante repleta de flores, llamada Casualidad...
Elegimos esta mesa porque pensamos que era la más romántica, la mas misteriosa. Y la única en la que creíamos  no haber estado jamás...

A lo mejor no te fijaste, pero vinimos con hambre de muchas cosas, dispuestos a apagar la sed. Quedarse con las ganas no entró ni en el más barato de los menús...
Comimos con los ojos, tocamos con los labios y saboreamos con la piel. Nos encontrábamos en todos los momentos, por encima y debajo del mantel color verde ojos y nadie se dejaba recomendar.
Otras mesas no nos interesaban, por ser iguales, rutinarias y porque siempre iban de más a menos, siempre iban a lo que van... Sabíamos cual era nuestro plato favorito, en qué punto lo queríamos y hasta cuanto lo queríamos degustar. Pero no supimos hasta cuando...
Recuerdo perfectamente el día en que empezastes a pedir fuera de carta...
Descubrí cuando empezaste a saciarte. El día en que dijiste ya no puedo más, con la boca llena,...y aún así seguías comiendo...
Acabaste exigiendo sushi en un mexicano, burritos en un italiano o paella en un japonés...
Después pediste el libro de reclamaciones. Y lo coloreastes de palabras bonitas. De gestos increíbles. De magia desbordada,... tanta, que mandamos al paro al mago que estaba haciendo su show...
Otro plato y ahí estábamos.... Buscando excusas para parar, pero no salían. No es culpa de nadie. Simplemente pasó. Bebíamos para no charlar, mirábamos el móvil mientras intentábamos disimular nuestras ganas de superar las ganas... (...me encanta esta frase...)

Desde luego llegamos a los postres.... Fue rápido pero nos gustó. Dos, tres o cuatro besos achocolatados, cinco abrazos no forzados y un cúmulo de sensaciones que no salían porque nos habíamos atiborrado de dulces palabras y detalles azucarados...
El caso es que, más importante que saber estar, es saber cuando largarse. Aunque aquí, como ves, el último que se levanta, la paga.

Te pido un favor. Descuéntame todo lo que jamás te pediré. Tampoco me cobres lo que pedí y jamás me trajeron. Descuenta todo eso y dime cuanto te debo, que yo te lo pago.
Infla la cuenta. Y no te preocupes si al final nada cuadra. No te me apures si pago de más. Con el cambio, me haces otro favor. Envíale una botella del mejor champán a los labios de esa mesa color verde ojos. Ponle un post-it que diga: "Me encantaría volver a sacarte de quicio entre plato y plato de detalles,... tu calla y observa..."

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