Nunca supimos cómo frenar tanta ilusión de golpe. Siempre estábamos hablando del otro como el futurible y rompimos las promesas de no llamarlo así jamás...
Es lógico. Sucumbimos. Caímos en picado y nos dejamos llevar por las mareas del destino. Y acabamos naufragando de buena gana en una isla desierta y desconocida, malograda por los años perdidos, pero llena de palmeras cocoteras llenas de oportunidades y madera dura, que era perfecta para condicionar un hogar.

Y volvimos a sucumbir. Porque, de hecho, no fuiste la única que lloraste en todo esto. Ni yo el único que te acompañó...
Tienes un conjunto de personas que lloraron contigo porque la vida te sonriera de tal manera, que me hicieras ser el autor de tantos cuentos de fantasía y proclamaste a los cuatro vientos la ilusión que tenías en un buzón pintado de nubes y en cuantos dormitorios querías dividir tu hogar...
O cuando pensaste cómo colorear cuartos de personas importantes en tu corazón, cuántos colores gastar y cuántas energías, que te digo yo que son infinitas, porque nunca nos cansaremos de hacernos el bien, el uno al otro...

Inventemos la fachada, donde colocamos los muebles, y de qué color ponemos la cenefa, y cuando acabes, paguemos la hipoteca de todos nuestros sueños en forma de caricias, y pongámosle una alfombra en el pasillo a toda persona cercana a nosotros que quiera participar en esta construcción soñada...
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